Para participar en política, hay que tener una dosis de razón y una dosis de fé. La dosis de razón nos dice que si queremos que mejore nuestro país y el mundo, eso no resultará si cada uno presta atención solo a lo suyo y actúa aisladamente. La razón nos dice que es necesaria una acción colectiva consciente que es, precisamente, de lo que trata la (buena) política. La dosis de fé nos dice que eso es posible a pesar de que todos los días vemos que la mayoría actúa al revés, dedicado solo a lo suyo sin importarle el resto, y que cuando hay movimientos de acción colectiva, su actuación está dominada por el interés de quienes lo componen y/o está orientada por lo irracional.
Pareciera que nunca es necesaria una mayor dosis de fé para hacer política en el Perú que en estos días. Es que nunca ha sido tan fuerte el individualismo, que hoy ha devenido en disolvente y ácidamente critico a todo lo público y colectivo. El ánimo nacional registra una enorme desconfianza hacia todo lo que vaya más allá del ámbito del individuo y la familia. Por ello, no sólo el presidente tiene un bajísimo rating de aprobación: también el poder judicial, el congreso, el gobierno, los gobiernos regionales, las municipalidades, los sindicatos, las empresas, los medios de comunicación, las ONGs y, en el extremo, hasta el resto de los peruanos. Nadie confía en nadie. Seguramente por eso, también, la enorme mayoría afirma claramente que quiere irse a otro país.
Por otro lado, cuando se registran movimientos colectivos, su nivel de irracionalidad es elevadísimo. En los andes, esto va desde Ilave hasta Tintaya: la desconfianza en el otro - y también la desconfianza en el propio movimiento - hace que la gente quiera TODO YA, y que además la responsabilidad sea siempre toda de otro al cual poder reclamarle. Actuaciones similares tienen los movimientos sindicales y gremiales de las ciudades que no piensan en nada más que en sus propias demandas, los grandes empresarios que siguen queriendo siempre más y más ganancias sin ninguna conciencia de país, los medios de prensa que no vislumbran más allá de sus ventas del día siguiente y sin percibir su rol como formadores de ciudadanos, los congresistas concentrados en sus bolsillos y en la loca idea de ser reelectos cuando la ciudadanía los repudia, los partidos políticos que se encuentran hiperfragmentados y no alcanzan acuerdos básicos de frentes, los jueces y fiscales cuya incapacidad llama a tanta sospecha. Disculpen la generalización que sin duda golpea injustamente a las valiosas excepciones a lo dicho, excepciones que no hacen sino confirmar la regla. Lo cierto es que a este nivel, las actuaciones colectivas no son sino disfraces que buscan encubrir una suma simple de intereses particulares, disfraces tan burdos que hacen ese intento de encubrimiento francamente patético.
Hay también el espacio de lo estrictamente público: las elecciones que se vienen. Se ve venir un proceso en el que, una vez más, la irracionalidad dominará la escena. Alejada la ciudadanía de una política asqueante y obligados a votar, la mayoría se inclinará según si el joven sea guapo, la señorita hable bien, el orador conmueva a las masas, el slogan guste y la cancioncita pegue. La publicidad nos venderá los candidatos y los símbolos partidarios como nos vende la cerveza: no importa que se rica o fea, cara o barata, buena o mala: sólo que al costado se luzca una despampanante chica en tanga. Que tiene que ver una cosa con la otra: nada. Pero de que vende, venda, dicen los publicistas.
Dado el increíble desastre en que se ha convertido el manejo del destino colectivo de nuestro país gracias a quienes fungen de nuestros líderes, a los medios de comunicación y a la población entera, parece racional alejarse lo más posible de ese ambiente sórdido, asqueante y desgastador. Esto puede ser muy racional individualmente, pero totalmente irracional colectivamente. ¿Acaso no parecemos un bando de lemmings dirigiéndose al suicidio en masa, felices porque vamos todos juntos, el clima está bonito y el ejercicio nos pone alegres?
Quiénes hacemos política con buena voluntad en este escenario nos parecemos a un lemming tratando de llamar a los demás a que cambien de rumbo. Como si no estuviéramos viendo la crisis de gobernabilidad incubándose delante de nuestros ojos, los espejos de Ecuador y Bolivia reflejando nuestro rostro nacional y el país a punto de tropezar otra vez y darse tremendo trastazo.
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Al ver todo eso, para insistir en ser el lemming que marcha a contracorriente y busca un avance ordenado hacia un destino razonable, necesitamos una dosis extra de fe. Si esta fe se consiguiera con alguna receta, pediríamos ahora mismo una dosis triple inyectada directamente a la vena. A falta de ella, sólo cabe recordar que esta fe es el único camino distinto al desastre o al exilio y contagiarnos unos a otros un optimismo basado en ver a tantos otros peruanos y peruanas que, orientados por la sensatez y la fe, buscan un nuevo camino para nuestro país.
Al ver todo eso, para insistir en ser el lemming que marcha a contracorriente y busca un avance ordenado hacia un destino razonable, necesitamos una dosis extra de fe. Si esta fe se consiguiera con alguna receta, pediríamos ahora mismo una dosis triple inyectada directamente a la vena. A falta de ella, sólo cabe recordar que esta fe es el único camino distinto al desastre o al exilio y contagiarnos unos a otros un optimismo basado en ver a tantos otros peruanos y peruanas que, orientados por la sensatez y la fe, buscan un nuevo camino para nuestro país.
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