La movilización contra la corrupción se realizó con éxito, mostrando nuevamente la sociedad civil capacidad de indignación y reacción. Miles de peruanos se reunieron para reclamar a las autoridades por su actitud comprometida o complaciente ante lo que constituye un delito contra el país entero. Felizmente, el Tribunal Constitucional ha oído nuestra voz y ha tachado la indignante “ley Wolfenson”.
Pero la lucha contra los corruptos no ha terminado y hay que mantenerse alertas y activos. Es más, seguramente en los próximos meses algunos seguirán saliendo libres por no completarse su juicio en el plazo de 36 meses. Ante ello, es necesario ir precisando las orientaciones que debe tener el movimiento anticorrupción.
Diferenciar amigos de enemigos es fundamental. No se puede dejar de criticar la presencia de muñecos con imágenes de Valentín Paniagua, una personalidad a quien no se puede tachar de comprometida ni complaciente con la corrupción, aunque extrañamos una posición más clara de su parte ante los hechos recientes. Pero no es el único caso. Pareciera extenderse la idea de “que se vayan todos”, de un rechazo completo y visceral a lo que se ha dado por llamar la “clase política”. Tal actitud, aunque pueda parecer justificada, es un grave error. Bajo la idea de que “todos son iguales” asoma aquella otra de “no importa que robe mientras haga obras”. Un movimiento de ese cariz, pueden servir de buena fachada para que avancen los intereses de Montesinos o Fujimori. Diferenciar la paja del grano es fundamental.
Un movimiento que ataque a casi todo el mundo es también un movimiento que muy probablemente no logre nada. Es verdad que la corrupción es un problema muy extendido y que de alguna manera nos compromete a todos por convivir con ella. Pero, en el momento actual, la cuestión es que una serie de sinvergüenzas que se robaron millones de dólares del presupuesto público luchan por salir libres. No es solamente un asunto de castigar a los culpables, sino de empezar a establecer un nuevo patrón de conducta. El movimiento anticorrupción debe precisar los blancos para tener éxito, porque no se trata solamente de expresar estados de ánimo sino de construir una patria diferente.
También hay que diferenciar justicia de venganza. La justicia demanda procedimientos adecuados y pruebas contundentes. No se puede condenar a quienes nos caen antipáticos, ni siquiera a quienes presumimos corruptos pero sobre quienes no hay las pruebas necesarias. No podemos parecernos al fujimorismo y perseguir a quienes piensan diferente.
El movimiento anti-corrupción debe mantener con firmeza sus principios, pero debe establecer objetivos concretos. La vigilancia y movilización ciudadanas deben dirigirse directamente contra los corruptos que buscan su liberación, así como señalar claramente a los directos responsables de su liberación, como Kuennen Francesa, Natale Amprimo y Ántero Flores Araoz que jugaron un rol fundamental en la aprobación de la malhadada “ley Wolfenson” en el Congreso.
Finalmente, si queremos éxitos duraderos, los peruanos tenemos que construir una alternativa política que sea firme en la lucha contra la corrupción y, sobretodo, ejemplar en practicar valores de honestidad y transparencia. Limpiar la corrupción demanda movimientos civiles activos y también opciones políticas comprometidas con esta tarea.
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