Por: Armando Mendoza y Pedro Francke
Durante los últimos meses los ciudadanos hemos sido testigos de una extraña paradoja: como pocas veces en el pasado, el Estado tiene dinero pero es incapaz de gastarlo adecuadamente. Aquí y allá, surgen denuncias alrededor del famoso “Shock de Inversiones” del Gobierno Aprista, por irregularidades y poca transparencia en las compras y licitaciones, y por obstrucciones y retrasos de todo tipo. Así, acorde a un informe de la Comisión de Presupuesto del Congreso de la República hecho publico en abril del presente año, apenas 53% de los fondos del “Shock” han sido adjudicados y apenas 39% han sido efectivamente desembolsados. Como era de esperarse, para tapar los problemas, se ha recurrido a la inevitable caza de brujas. En mixtura con oscuras maniobras, como la compra de la línea editorial de algunos periódicos por parte del Ministerio de Vivienda y Construcción, que nos retrotraen a un pasado que creíamos superado.
Bajo estas circunstancias, poco puede extrañar que se vengan difundiendo mensajes interesados con relación al manejo de los recursos fiscales: “El Estado tiene demasiado dinero”, “No hay que gastar más, sino ahorrar”, “El Estado es ineficiente, mejor encargar las funciones públicas a empresas privadas”. Estos mensajes expresan una visión sesgada de la realidad, ya que de estas afirmaciones, dos son meras falacias, mientras la tercera es una verdad a medias.
En primer lugar, la supuesta abundancia fiscal de hoy, sólo lo es en comparación con las penurias sufridas en el pasado reciente. Así como a un sediento que acaba de atravesar el desierto, un vaso de agua le puede parecer el colmo de la abundancia, también es natural que con un Estado como el nuestro, sometido a años de recortes, un incremento sustancial de ingresos pueda parecer impresionante. Pero la realidad es que incluso con el actual auge fiscal, el Estado Peruano está lejos de contar con un nivel de ingresos adecuado a los estándares internacionales. Nuestra presión tributaria actual (15% del PBI) está por debajo de lo que aprobado por el Acuerdo Nacional como meta (18% del PBI) y que no es sino el promedio latinoamericano, región en la que los Estados no suelen proveer servicios básicos adecuados a la población. Así, este bajo nivel de ingresos fiscales es uno de los factores que explica porque el gasto social en el Perú es de los más bajos de la región.
Ciertamente, hoy el Perú esta pasando por un periodo de significativo crecimiento de la economía: más de 5 años continuos de incremento del PBI no es poca cosa. Gozamos de precios internacionales de nuestros minerales que han subido fuertemente. Y ello se está reflejando en el incremento de los recursos fiscales. Pero, en verdad, aún hay mucho por hacer antes de poder decir que el Estado -siquiera- recauda lo que en justicia debería recaudar.
La segunda falacia a considerar es la que propugna restringir el gasto fiscal, asumiendo que los actuales niveles de gasto son los ideales y que es conveniente “guardar pan para mayo”. Aquí, la pregunta es: ¿Acaso puede creerse que en un país donde más de la mitad de la población vive en la pobreza, tenga sentido restringir el gasto social o en infraestructura?. Considerando las enormes carencias y necesidades que padecen millones de peruanos, no se puede considerar el gasto fiscal como si fuera superfluo ante demandas en salud, educación, agua potable y desagüe, etc., que no pueden esperar a mañana. Solo por citar un ejemplo, la SUNASS ha estimado que el déficit en infraestructura de agua potable y desagüe requiere no menos de US$ 3,800 millones de dólares. El Estado debe incrementar su gasto, lógicamente de forma sostenible, no en base a un auge de ingresos que depende de precios inusualmente altos de nuestros minerales, sino en base a una estructura tributaria más equitativa.
Y así, llegamos a la tercera afirmación, la que señala que el Estado gasta mal y que, en consecuencia, mientras más sea dejado en manos del sector privado –vía tercerización o concesiones- mucho mejor. Esa es una verdad a medias. Es cierto que mucho del gasto estatal no es hecho bajo las mejores condiciones, ni con la mejor de las intenciones, ni se le da el mejor de los destinos. Pero también es cierto que tras una década y media de desmantelamiento y restricciones mal podría el Estado ser un modelo de eficiencia. Así como una persona sometida a un largo periodo de carencias, ve su estomago reducirse y luego puede indigestarse incluso con una mínima cantidad de comida, así el Estado ahora sufre una "indigestión" de dinero, no tanto porque sea considerable el monto de recursos disponibles, sino por la carencia de mecanismos adecuados y experiencia suficiente para absorber rápidamente este auge fiscal relativo.
Eso, en mucho es consecuencia del neoliberalismo vigente desde los años 90 y de los modelos políticos autoritarios que predominaron en esa década y parecen estar de regreso ahora. Bajo el mensaje de racionalizar, en los 90s se desarmaron muchas de las estructuras esenciales del aparato estatal, sin que a cambio se llevase a cabo la tan prometida modernización. La reconstrucción de un Estado moderno, con carrera pública, herramientas de gestión y sistemas de compras transparentes ha sido postergada una y otra vez. A su vez, al mantenerse al Estado divorciado de la población, centralista y desconfiado de la participación ciudadana, se impide también una vía fundamental para modernizar el Estado: la profundización de la democracia.
Poco hemos avanzado en revertir la herencia de los 90s: tenemos un Estado más pequeño y débil, pero no más eficiente ni moderno. Solucionar estos problemas entregando a privados la prestación de servicios públicos, es como pensar que no hubiera habido corrupción si en vez de comprar patrulleros a Gildemeister, se compraban con gasolina, llantas, policías, pistolas y balas incluidas. ¡Qué ingenuidad¡ ... O quizás no, porque según el sabio consejo de nuestro Presidente García, “en política no hay que ser ingenuos”.
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El colofón a esta historia es que lo que necesitamos no es menos, sino más Estado. Pero no un Estado, que como en el pasado, se expanda y desborde de forma desordenada e irreflexiva, sino mas bien un Estado que crezca de forma racional, concentrándose en aquellas áreas -como la seguridad social, o los recursos naturales estratégicos- donde realmente su presencia se requiere. Necesitamos un Estado moderno, ágil y transparente. En suma, lo que necesitamos es –que nos perdonen los conservadores por nuestro atrevimiento- un Estado que gaste más y mejor.
El colofón a esta historia es que lo que necesitamos no es menos, sino más Estado. Pero no un Estado, que como en el pasado, se expanda y desborde de forma desordenada e irreflexiva, sino mas bien un Estado que crezca de forma racional, concentrándose en aquellas áreas -como la seguridad social, o los recursos naturales estratégicos- donde realmente su presencia se requiere. Necesitamos un Estado moderno, ágil y transparente. En suma, lo que necesitamos es –que nos perdonen los conservadores por nuestro atrevimiento- un Estado que gaste más y mejor.
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