En la misma semana que el gobierno toledista iniciaba el programa “Juntos” entregando el primer cheque, la prestigiosa revista “The Economist” sacaba un largo artículo sobre el éxito que en Latinoamérica han tenido programas de este tipo, llamados de “Subsidios condicionados en efectivo”.
La revisión de los programas exitosos de México y Brasil muestra algunas características que vale la pena tener en cuenta. En México, haber tenido una dirección técnica altamente calificada, evitado el clientelismo político del programa y destinado importantes recursos presupuestales - que permitieron llegar efectivamente a la mayor parte de familias pobres - han sido factores centrales. Haciendo el paralelo al Perú, el primer factor lo tenemos en contra: no hay un equipo técnico calificado al mando de “Juntos”. El segundo, está en cuestión: mientras hay mejoras, como un directorio plural y una supervisión independiente, el nombramiento de un director ejecutivo cuyo mérito fundamental es ser de Perú Posible y que no tiene la confianza de la sociedad civil, es muy preocupante. El tercer factor está lejos de alcanzar: un presupuesto de 300 millones de soles para el 2006, lo que alcanzaría para unas 165 mil familias, del millón y medio que hay en pobreza extrema.
En Brasil, en cambio, factores importantes de éxito han sido la reorganización de varios programas sociales - que pasaron a ser absorbidos por el “Bolsa Familia” - y la mejor selección focalizada de los beneficiarios. Ninguno de estos asuntos está resuelto en el caso peruano. “Juntos” se desarrolla en paralelo, simplemente como un programa más que se suma a las dos docenas de programas sociales actualmente existentes y que el gobierno actual sigue sin reorganizar. Por otro lado, si bien se ha iniciado el programa en zonas muy pobres y afectadas por la violencia, lo cual es un acierto, la selección de los pobres extremos en zonas urbanas o rurales más desarrolladas no está resuelta (a pesar de que técnicamente la solución está al alcance de la mano hace ya varios años).
“The Economist” también señala algunas de las debilidades de estos programas: no llegan a las comunidades rurales más aisladas que también suelen ser las más pobres, no generan oportunidades económicas y empleo, y los beneficios de educación y salud para los niños se limitan por la inexistencia o baja calidad de los servicios que brindan.
Como se ve, hay muchas cosas de qué preocuparse para asegurar que esta nueva orientación de lucha contra la pobreza no sea un nuevo fracaso. La vigilancia de la prensa y de la ciudadanía resultan por ello fundamentales, y la administración de “Juntos” debería ser muy transparente para permitirla.
La revisión de los programas exitosos de México y Brasil muestra algunas características que vale la pena tener en cuenta. En México, haber tenido una dirección técnica altamente calificada, evitado el clientelismo político del programa y destinado importantes recursos presupuestales - que permitieron llegar efectivamente a la mayor parte de familias pobres - han sido factores centrales. Haciendo el paralelo al Perú, el primer factor lo tenemos en contra: no hay un equipo técnico calificado al mando de “Juntos”. El segundo, está en cuestión: mientras hay mejoras, como un directorio plural y una supervisión independiente, el nombramiento de un director ejecutivo cuyo mérito fundamental es ser de Perú Posible y que no tiene la confianza de la sociedad civil, es muy preocupante. El tercer factor está lejos de alcanzar: un presupuesto de 300 millones de soles para el 2006, lo que alcanzaría para unas 165 mil familias, del millón y medio que hay en pobreza extrema.
En Brasil, en cambio, factores importantes de éxito han sido la reorganización de varios programas sociales - que pasaron a ser absorbidos por el “Bolsa Familia” - y la mejor selección focalizada de los beneficiarios. Ninguno de estos asuntos está resuelto en el caso peruano. “Juntos” se desarrolla en paralelo, simplemente como un programa más que se suma a las dos docenas de programas sociales actualmente existentes y que el gobierno actual sigue sin reorganizar. Por otro lado, si bien se ha iniciado el programa en zonas muy pobres y afectadas por la violencia, lo cual es un acierto, la selección de los pobres extremos en zonas urbanas o rurales más desarrolladas no está resuelta (a pesar de que técnicamente la solución está al alcance de la mano hace ya varios años).
“The Economist” también señala algunas de las debilidades de estos programas: no llegan a las comunidades rurales más aisladas que también suelen ser las más pobres, no generan oportunidades económicas y empleo, y los beneficios de educación y salud para los niños se limitan por la inexistencia o baja calidad de los servicios que brindan.
Como se ve, hay muchas cosas de qué preocuparse para asegurar que esta nueva orientación de lucha contra la pobreza no sea un nuevo fracaso. La vigilancia de la prensa y de la ciudadanía resultan por ello fundamentales, y la administración de “Juntos” debería ser muy transparente para permitirla.
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