Dos son los grandes retos de largo plazo de la economía peruana actual: mantener el crecimiento económico y mejorar sustancialmente la distribución de ingresos.
El gobierno actual piensa que, para mantener el crecimiento, la prioridad es la exportación de productos primarios, como se ha visto claramente en los recientes debates y medidas en torno a la minería. Para el gobierno y sus aliados de la Confiep esto pasa por sacar del camino a una población reclamona, sin preocuparse ni por los problemas de la pobreza ni por la extrema concentración de la riqueza.
En un contexto en que el precio del cobre supera los 3,50 dólares la libra y el oro se proyecta hasta 1,000 dólares la onza, las empresas mineras logran ganancias extraordinarias. Dada nuestra gran riqueza geológica, la atracción para que las trasnacionales mineras inviertan en nuestro país es enorme, asegurando una base económica para esta propuesta. En el corto plazo, el problema central a resolver en esta estrategia es la resistencia de los pueblos del interior del país a seguir viendo como las empresas mineras se llevan la riqueza dejando muy poco desarrollo y, en demasiados casos, dejando aguas contaminadas. Para ello, el gobierno y las trasnacionales tienen un elemento a su favor: los cientos de millones de dólares de ganancias que representa cada una de estas minas, del que bastaría que inviertan una parte en pro del desarrollo y el bienestar de las comunidades cercanas para ganarse mucha buena fe. La avaricia y la incapacidad de realizar esas inversiones por parte de quienes dirigen el gobierno y las empresas mineras, así como su extendida falta de respeto hacia los campesinos que viven en esas zonas, son sus principales deficiencias para lograrlo.
Pero en este artículo no queremos centrarnos en el corto plazo, sino en el mediano plazo. Esta estrategia de desarrollo tiene dos problemas centrales, que podrían conectarse de una manera trágica dentro de unos (¿pocos?) años. El primero es la insostenibilidad económica del crecimiento, en el caso (probable) de que dentro de un tiempo los precios de los metales empiecen a retroceder en el mundo. Ya sea porque la economía mundial entre en recesión, ya sea porque se desarrollen muchas nuevas minas en otros países, ya sea porque nuevos productos sustitutos aparezcan, este es un futuro probable. Al menos, así ha pasado en los últimos 150 años, y los metales no son lo mismo que el petróleo. A menudo, esas caídas de precios han sido abruptas, ya que los mercados no son para nada eficientes previendo el futuro.
Cuando eso suceda, dos ondas golpearán la economía peruana simultáneamente. La primera será la subida del dólar, que podría ser contenida por el Banco Central dadas sus grandes reservas, pero solo de manera parcial y temporal. El alza del dólar afectará sobretodo a quienes han tomado créditos (hipotecarios y de otro tipo) en dólares. La segunda onda caerá sobre el gobierno, cuyos ingresos hoy dependen en alta proporción de la minería. El gobierno central podría defender parte del gasto incurriendo en algún déficit o elevando algunos impuestos, pero aquellos gobiernos regionales y municipios que hoy se financian básicamente entrarán rápidamente en quiebra.
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