Porque el Perú hoy no es como Bolivia o Ecuador

viernes, 12 de agosto de 2005

Tres países andinos. Tres países con alta proporción de población indígena. Tres países con una economía dependiente de recursos naturales agotables, sean estos minerales o hidrocarburos. Tres países de herencia colonial y democracia intermitente. Tres países en los que el neoliberalismo se aplicó con fuerza inusitada. Tres países con un alto desprestigio de sus instituciones políticas. Pero uno de estos tres países no atraviesa por la extrema inestabilidad política de los otros dos: el Perú. ¿Porqué? ¿Porqué nosotros somos diferentes? Ensayemos tres explicaciones posibles.

La primera explicación es que no estamos todavía allí pero vamos en esa dirección. Señales al respecto no faltan: la gran dispersión de las fuerzas políticas, los cada vez más airados y violentos reclamos populares y la posibilidad iniciada con la ordenanza del Cusco de gobiernos regionales centrifugantes. A pesar de ello, nadie duda que las próximas elecciones se llevarán a cabo y que sus resultados serán respetados. Tampoco tenemos fuerzas políticas importantes llamando a la guerra civil como Felipe Quispe o a la secesión como en Santa Cruz.

La segunda explicación posible es la historia reciente y el factor Sendero. Sólo en el Perú hubo Sendero Luminoso seguido de una dictadura en los años noventa. Somos un país de democracia recientemente recuperada y con el trauma de la guerra interna aún presente. Por eso, llamados a acciones violentas todavía generan en la enorme mayoría de la población una reacción de rechazo. Tal vez a esto pueda llamársele instinto de preservación, porque lo cierto es que hacia 1990, el país parecía al borde del caos o el dominio senderista. Esta segunda explicación no es, por cierto, incompatible con la primera: a medida que pase el tiempo y este trauma se vaya borrando en la sociedad, las posibilidades de una inestabilidad “estilo andino” se acrecientan.

La tercera explicación tiene que ver con la estructura geográfico-social: tanto en Bolivia como en Ecuador, hay dos grandes centros urbanos de similar tamaño demográfico. En ambos casos estos son dos grandes centros de poder, concentrándose en la ciudad andina el poder político (Quito y La Paz), y en la otra ciudad el poder económico (Guayaquil y Santa Cruz). Esto hace que se concentren conflictos étnicos y político-económicos. En Perú no hay un segundo centro urbano que le haga competencia a Lima, que es el centro político y económico. Las rebeliones andinas, en el Perú, se desarrollan siempre desde los extremos de la periferia, donde el poder central es extremadamente débil pero también donde las posibilidades de llegar hasta el centro son muy difíciles (a Sendero le tomó una década de acción violenta). La secesión en el Perú es impensable: nadie tiene la fuerza como para separarse de Lima. De ser esto así, tal vez en nuestro país el riesgo mayor no es parecerse a Bolivia sino parecerse a Colombia, con una guerra interna durando décadas en los márgenes del territorio.
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Si alguna lección podemos extraer de la historia reciente de nuestros vecinos, es que la economía debe tener también equilibrio social. No la está teniendo. La extrema desigualdad y exclusión, producto de nuestra herencia colonial, es un problema central de la nación peruana que tiene que ser considerado en cualquier propuesta seria de desarrollo.

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